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La Tregua

Por Patricia Ramos

La palabra “tregua” significa un cese temporal de hostilidades, una interrupción, un descanso. Esa palabra puede ser comprendida como un término elástico, por su capacidad de pendular entre extremos: una tregua en medio a la guerra, así como una tregua en medio a la rutina.

La novela de Mario Benedetti que lleva dicho nombre, presenta a Martín Santomé, quien en un transcurso de 30 años se había vuelto uno con su opaca rutina, como si esta fuese una entidad implacable. La reiteración de sus días entre la oficina, la relación disfuncional con sus hijos y la soledad, tan solo dejaba el espacio justo para la postergación del “hacer algo más”, de vivir más allá de esa estructura. Sin embargo, nadie escapa al azar y sus repentinas mudanzas de rumbo.

Así llega Laura Avellaneda, o así el destino la inserta en la vida de Santomé, resignificando su cotidianidad, rompiendo con la estabilidad abrumadora. Pero el azar, cruelmente dispuso que Avellaneda fuese nada más que una tregua, en relación a lo que el propio Santomé entiende como su destino de oscuridad.

Tras aproximadamente dos años de preparación, esta aclamada obra literaria se tradujo al ballet en el 2020 y tuvo su reestreno el 16 de marzo del año corriente, bajo la dirección de María Riccetto. Si bien Igor Yebra, el previo director del Ballet Nacional del Sodre, fue quien concibió la idea, esta acabó siendo desarrollada por la coreógrafa residente Marina Sánchez, con música de Luciano Supervielle, dramaturgia de Gabriel Calderón, vestuario y escenografía de Hugo Millán e iluminación de Sebastián Marrero.

Al presenciar el ensayo general y luego el reestreno, pude ser cautivada doblemente por la sinergia de la historia, donde nítidamente observé y sentí el fiel retrato de cada uno de sus personajes, de sus encuentros y desencuentros. Cómo sin el uso de la palabra se distingue el contraste entre el automatismo de la rutina y la espontaneidad del azar. La honestidad del cansancio y la resignación. La naturalidad de llegar a cumbres de la vida, así como la desolación de caer barranca abajo. De lo más fascinante al respecto, es que es un ballet al que lo considero 100% uruguayo, por su origen literario, por el grupo humano encargado de su producción y por la compañía y público para quien fue creado.

El 28 y 29 de marzo serán las últimas funciones para ver La Tregua en el Auditorio Adela Reta, así que debo decir que asistir este ballet es una oportunidad no solo ilustre, sino necesaria. Pues se distancia de la sofisticada aristocracia y el misticismo que presentan los clásicos del ballet, para nutrirse de un Montevideo corriente, una cotidianidad cercana y cientos de circunstancias en las que, de alguna forma u otra, encontraremos resonancia.

El eminente trabajo del Ballet Nacional, atravesado por entrega, vulnerabilidad y franqueza, le permite a uno conectar con una realidad recurrente, así como induce a la reflexión de nuestra brevedad y nuestras decisiones. Pero sobretodo, incita a la simple osadía de buscar o permitirse una tregua.

Fotografías gentileza del SODRE

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